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Zombie attack 4009

 

Hace aproximadamente siete meses que vengo conviviendo con los zombies, y a pesar de que todos los días cuento las horas que faltan para que se mueran—debido al uso compulsivo del bozal— de momento debo caminar por un mundo habitado por la esclavitud, la temerosidad, la fibra combativa y la idiotez con trapo. Un disfraz que calza justito para el Halloween que se viene: unos con máscaras de Antifa, otros con barbijos de Black Lives Matter, y yo, una tipa a cara lavada destripándolos con la mirada.

Jesús dijo: ama a tus enemigos, pero nunca dijo convive con ellos. No me voy a poner a discutirle a las escrituras sagradas, pero alguien en el rango espiritual tiene que actualizar la agenda si quieren que lleguemos a fin de año sin arrancarnos el pellejo. 

Vivo en San Francisco, tierra de liberales que aparentemente son libres hasta que no pensás como ellos. Entonces ahí se ponen de punta y te quieren enterrar vivo . De cero a mil; de la liberación a la condena en un soplo, sumado a la violencia que los caracteriza.

Como ya he tenido suficiente con este show de “quiero repartir el dinero de los ricos entre los pobres pero yo no largo un mango”, la que está de punta ahora soy yo. Si viviera en Texas me hubieran dado un balazo, pero como vivo en San Francisco, más que golpearme con unas alpargatas Tom y un bolso reciclado de ahí no pasa. Por supuesto que me agrederían desde sus casas de tres plantas con paneles solares pero rodeada de cirujas que no tienen a donde dormir. Trabajando para compañías tecnológicas que son las mismas que crearon los paneles solares reventando la energía de una usina para fabricarlos. 

Los progres son así, se preocupan por el factor climático pero manejan coches eléctricos que para trasladarse necesitan una batería que está hecha con litio, ¿les cuento la historia del litio o se la cuentan ustedes?

Tanta incoherencia, poder adquisitivo y mediocridad ha dejado mi tercer ojo a la miseria. Para destapar mi glándula pineal en el medio de esta batalla voy a tener que hacerme una transfusión semanal de sangre y un ayuno de cinco años.

Todos los días algún progre me confronta en la calle reclamando el símbolo de la esclavitud en mi cara. Antes los peleaba, ahora me persigno para que los demonios de la izquierda no me contaminen el medioambiente.

A veces tengo suerte y se cruzan de vereda como si mi saliva viajara en subte hasta sus fosas nasales, otras veces se paran e intentan darme una lección—la cual jamás escucho porque tengo el auricular sobrepasando el volumen permitido. 

Pero ayer sucedió algo inhóspito, me fui al supermercado a comprar productos para el pelo y un zombie se sorprendió al verme con el bozal en el cuello olfateando los shampoo’s. Soy una chica sensible a los olores estereotipados de lo que las empresas creen que a las mujeres nos gusta. Ellos piensan que nos encanta que todo huela a Paloma Picasso y flores exprimidas con alcohol. La verdad que no, sinceramente me daría un poco de vergüenza andar oliendo a campo de tulipanes con rosa mosqueta y plantación de lavanda. Me obligan a introducir mi nariz grecorromana en cada frasco que amenace con una fusión de Madreselva y Fressia. 

Así que ayer, mientras hacía una cata para mi cabellera, percibí a alguien espiándome detrás de la columna del establecimiento. Cuando me di vuelta para ver qué estaba pasando, vi a un zombie filmándome, y justo cuando se cruzaron nuestras miradas, apreté el frasco con más fuerza de lo habitual y saltó un pedazo de acondicionador en mi cara. Nos reímos y le dije: asegurate de haber filmado eso también.

Honestamente pensé que los zombies no tenían sentido del humor, pero esta debe ser una nueva ramificación, la que si no se ríe sabe que la muerte está  la vuelta de la esquina.

Fui a pagar y el empleado detrás del vidrio me preguntó cómo estaba, le dije suelta, me guiñó el ojo and we called it a night.

Me fui a dormir pensando en dos cosas: que estoy agradecida de no haber traído hijos a este mundo y de tener un olfato impecable.

 

¡Nos vemos en el super!

 

Ceci Castelli

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